viernes, 26 de abril de 2013

AVISO PARA SEGUIDORES

Apreciados amigos:
Os comunico que desde hace un par de meses el blog Historias del Bajo Aragón dispone de una nueva plataforma y diseño en la siguiente dirección http://historiasdelbajoaragon.wordpress.com/. Seguimos publicando post de divulgación sobre historia, cultura y patrimonio del Bajo Aragón, ahora con la participación de nuevos colaboradores. En las próximas semanas cerraremos la plataforma de blogger para continuar con nuestro blog en wordpress al que, de nuevo, os invitamos a seguir. Muchas gracias por vuestra atención y disculpad por las molestias. Un abrazo
José Antonio Benavente 

lunes, 18 de febrero de 2013

ATROCIDADES Y CANIBALISMO DURANTE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA EN BECEITE (TERUEL)

La pequeña localidad de Beceite (Teruel) fue escenario durante el invierno de 1837-38 de una de las más horrendas historias de maltrato y crueldad en el trato de prisioneros de la España del siglo XIX. Las tropas carlistas apresaron en la batalla de Villar de los Navarros (Zaragoza) a más de 1.500 soldados del ejército liberal. En apenas 7 meses, y antes del canje de los supervivientes, ya habían perecido tres cuartas partes a causa del hambre, el frío, las enfermedades y las ejecuciones. Muchos de los prisioneros tuvieron que recurrir al canibalismo para sobrevivir.

 
Detalle de un grabado de Miranda que representa a los "Prisioneros de Herrera" durante su estancia en Beceite.


La batalla y los prisioneros de Herrera de los Navarros

El 25 de agosto de 1837 tuvo lugar en las proximidades de la localidad zaragozana de Villar de los Navarros (en la actual comarca Campo de Belchite) una terrible batalla en la que las tropas carlistas derrotaron al ejército liberal. Las fuentes documentales de la época describen con precisión la batalla y la toma de prisioneros:

De lo que resultó caer prisioneros el Brigadier D. Ramón Solano, ochenta y cuatro oficiales, sesenta sargentos, y sobre mil quinientos soldados, de los cuales a los de la quinta del 36 les hicieron tomar las armas (para defender la causa carlista) como a unos cuatrocientos. Fuimos conducidos aquella noche a Herrera y Villar de los Navarros, en cuyos caminos nos despojaron de nuestras ropas y dinero, dejándonos enteramente en cueros (Cabello et alii 1845, 291).

Así comenzó la terrible odisea de los llamados "prisioneros de Herrera" que adquirieron gran celebridad en toda España. El relato de este trágico viaje hasta su liberación, mediante el canje por otros prisioneros, se ha conservado gracias al “Diario de los padecimientos sufrido por los prisioneros de la acción de Herrera” escrito por el subteniente del Regimiento de Infantería de Córdoba, don Juan Manuel Martín. Este diario, fechado el 1 de abril de 1838 y firmado conjuntamente por 30 oficiales liberales supervivientes, se publicó como documento anexo en las más importantes obras históricas sobre la Primera guerra carlista  (Cabello et alii 1845, 289; Pirala 1868, 359).

 
Representación de una batalla entre los ejercitos isabelino y carlista. 


El traslado a Beceite

El día 26 de agosto de 1838 partió del Villar una enorme columna compuesta por 11.000 soldados de infantería y 1.500 jinetes del ejército carlista junto con los prisioneros, muchos de ellos heridos y todos totalmente desnudos, en dirección al Maestrazgo y la localidad de Cantavieja, uno de los baluartes del general Cabrera.



Enfrentamientos entre los ejércitos carlista e isabelino en un núcleo urbano.


Cuando los prisioneros de Herrera fueron llevados a Cantavieja, entraron todos descalzos y muchos cubriendo sus carnes con un pedazo de esparto. Para que no escitaran la compasión de los habitantes fueron llevados al convento de Montesanto de Villarluengo, donde se les incomunicó, y a donde no pudieron llegar ni las madres que llevaban a sus hijos un pedazo de pan o una camisa. (Cabello et alii 1845, 136).

El día 30 de agosto los prisioneros llegaron a Cantavieja aunque fueron trasladados  dos días después a Villarluengo donde permanecieron hasta el 10 de septiembre. Tras regresar de nuevo a Cantavieja, los prisioneros fueron encerrados y hacinados en oscuros calabozos sin recibir apenas raciones de comida hasta el día 24 cuando el ejército carlista decidió trasladarlos a Beceite ante la noticia de que el general isabelino Oráa trataba de sitiar la fortaleza. El camino a pie seguido por la columna de prisioneros transcurrió por las localidades de Olocau, Luco, Santolea, Las Parras, Monroyo, Peñarroya y Valderrobres.


Otro grabado de Miranda que ilustra el libro "Historia de la guerra última en Aragón y Cataluña" (Cabello et alii,1845). La escena representa el viaje de los prisioneros desde Cantavieja a Beceite.

Escuálidos y enfermos como estaban fueron llevados a Beceite y en el camino murieron asesinados más de doscientos. El que se sentaba cansado, moría a bayonetazos: al que caía desfallecido le aplastaban la cabeza con grandes piedras que descargaban los conductores. Así murió el Juez de 1ª Instancia de Híjar, D. Ramón Alcalde, y así murieron muchos soldados y oficiales. En esas marchas enfermó de muerte el Coronel Alonso, fatigado de llevar en hombros a soldados que se rendían al cansancio, y que habrían perecido sin su auxilio (Cabello et alii 1845, 137)

Detalle del grabado anterior. El oficial que lleva a sus hombros a un soldado (a la derecha)
 representa al coronel Alonso.


La columna de prisioneros, custodiada por el Comandante del 5º Batallón de Aragón, Juan Pellicer, llegó a Beceite el día 12 de noviembre tras recorrer otras localidades próximas como Valderrobres (donde se extendió una epidemia de tifus que produjo una gran mortandad), Horta de San Juan y Arnes. El día anterior a la llegada a Beceite, en unas masadas próximas a esa población, “fueron fusilados más de 40 soldados que debilitados por el hambre no podía andar”. La comida que recibían los prisioneros apenas llegaba a media ración de pan diaria y muchos días no recibían ninguna.


La estancia en Beceite y los episodios de canibalismo

Los prisioneros de la Batalla de Herrera estuvieron en Beceite desde el día 12 de noviembre de 1837 hasta el 1 de febrero de 1838 encerrados en distintos edificios y recintos como el juego de pelota y algunas casas del centro de la población o de las afueras que fueron fortificadas. Durante esos 74 días las muertes por enfermedad, hambre, frío y maltrato fueron constantes produciéndose entre 8 y 15 bajas diarias y llegando a alcanzar varios días la escalofriante cifra de 30 muertos (Pirala 1868, 332). En el diario citado del subteniente Juan Manuel Martín, del que extractamos a continuación algunos fragmentos, se describen las horribles condiciones de vida de los desgraciados prisioneros:



Ilustración que representa la toma de Beceite por la tropas carlistas en agosto de 1834.

  
Diciembre de 1837

Día 4. Hasta este día nada hubo, pero fue horrorosa la mortandad de soldados que hacía más de doce días que no habían tomada ración de pan. Tal era su hambre, miseria y mal trato, que ni aún leña les daban para guisar como libra y media de patatas, que era su única ración y se las comían crudas; se vieron obligados a quitar las vigas del techo donde habitaban, quedándose sin remedio expuestos a la intemperie, de cuyas resultas saliendo al balcón a implorar de los vecinos (de Beceite) algunos socorros, se desplomó éste, resultando quince muertos y muchos estropeados.

Día 7. Sigue la misma mortandad; y se hundió un piso de la casa donde estaba la infeliz tropa, y entre muertos y heridos se desgraciaron más de 50 hombres.

Día 28. Este día no recibimos ración alguna, y la mortandad de soldados llegó hasta a veinte y dos hombres. Tal era el hambre, la miseria y desnudez que al que tenía un solo ochavo le asesinaban por quitárselo; si algún soldado salía a trabajar a la obras de fortificación, recogían los huesos que encontraban por la calle, y molidos con una piedra se los comían. Llegó a tal extremo su necesidad, que ocultaban los cadáveres de sus compañeros y se comían sus carnes asadas a la luz de los candiles.



Bandera del General Cabrera en la primera guerra carlista.


Enero de 1838

Día 1. En este día se nos dio media ración; la mortandad de soldados subió a veinte y cinco, y los que existen, no son ya hombres sino cadáveres, no se conocen unos a otros, no hay humanidad entre ellos, han perdido su sentido común y casi se mueven como por máquina…  

Día 2. Continua la mortandad en la clase de tropa en número excesivo, y no se nos dio ración.

Día 3. Hoy murieron veinte y dos soldados, y no se nos dio una cuarta parte de ración.


Los prisioneros, acosados por el hambre, devoran los cadáveres de sus compañeros.

Día 4. No se nos dio ración alguna, y la mortandad fue horrorosa. El hambre les obligó a convertirse en fieras, arrojándose sobre los cadáveres de sus compañeros, y cortándoles sus carnes se las comían crudas; sus cabezas fueron machacadas y extraídos los sesos… quince días hacía que no recibían ración alguna.

Día 5. Cuarta parte de ración. Murieron catorce soldados y encuentran dos cadáveres casi descarnados.

Día 6.  Los anales de la historia deben contar este día por lo horroroso; la mortandad subió a treinta soldados que fueron muertos a palos porque pedían de comer, llegando a tal extremo su necesidad que ya comían los cadáveres de sus compañeros como si fuera parte de ración. Los infames que los custodian encuentran los cadáveres descarnados, y acusándolos de inhumanos e irreligiosos, fusilan nueve individuos que lo solicitaban; todos ansían morir, pero ni aun esto se les concede por ahora…

Grabado de Miranda que representa el descubrimiento de las prácticas caníbales de los prisioneros isabelinos y su castigo por parte de los guardias carlistas.


Día 16. Desde el 13 hasta hoy, murieron quince soldados, y apenas se nos daban tres onzas de harina de ración. En este día fue llamado por Cabrera el señor brigadier Solano, el que marchó a Cretas para verse con él y tratar del canje.

A finales de este mes, el 25 de enero, los carlistas, bajo el mando del general Cabrera, tomaron la ciudad de Morella completando de esta forma, junto con Cantavieja y Beceite, el control del agreste territorio del Maestrazgo.


La ciudad de Morella y sus inexpugnables fortificaciones durante la primera guerra carlista.

El socorro de los vecinos de Beceite

Un grupo de más de cien testigos presenciales de los hechos, vecinos de Beceite, describieron en un breve informe los terribles padecimientos de los prisioneros de la Batalla de Herrera (Cabello et alii 1845, 312).

Los pocos vecinos que había en el pueblo, sin embargo de que carecían de medios porque los facciosos les robaban cuanto podían, y de que era un crimen socorrer a un prisionero, se portaron bastante bien, y muchos socorrieron ocultamente a los dichos prisioneros, en especial a los Señores oficiales.

 
Retrato del general carlista Ramón Cabrera, conde de Morella.


El camino hacia la liberación

El 1 de febrero de 1838 los prisioneros salieron de Beceite en dirección a Peñarroya y Morella sorprendiéndoles la nieve y el hielo por el camino. Los carlistas fusilaron a los soldados que no podían continuar. En Peñarroya permanecieron durante varios días apenas 200 soldados supervivientes.

De mil doscientos (soldados) que habían ido al depósito de Beceite, solo salieron doscientos para Peñarroya; y en el acto de marchar entresacaron a treinta de los más escuálidos que apenas podían tenerse en pie, los acercaron a una zanja abierta en el huerto de D. Ignacio Micolau, y a tiros y a bayonetazos, y muertos o a medio morir, los precipitaban en la hoya y los enterraban. (Cabello et alii 1845, 138).


Las tropas carlistas trasladando a prisioneros isabelinos.


Las penalidades de los prisioneros continuaron todavía durante varias semanas según refleja el diario del subteniente Juan Martín:

Día 16 (de febrero). Había llegado tan a su colmo el hambre de los soldados que quedaban que parecían ya fieras; no conocían a su oficiales, no pensaban en nada más que en pedir pan; si los comisionados tenían pan en la mano para repartirlo, se abalanzaban a ellos, y aun cuando levantaban el palo para amedrentarlos se hacían insensibles a todo.


Las tropas carlistas toman la ciudad de Morella en enero de 1838. Pintura de A. Ferrer Dalmau

Los supervivientes fueron conducidos de Monroyo a Morella pensando que estaban muy cerca del momento del canje y liberación. Si embarro, tras sufrir una gran decepción, fueron de nuevo trasladados a Cantavieja el día 13 de Marzo. En Cantavieja mejoró algo el trato y las condiciones de vida de los prisioneros a los que se les dio durante dos semanas media ración de pan y carne y se les permitió tomar el sol en la plaza durante dos horas diarias. El día 10 de marzo parte de los oficiales prisioneros iniciaron el camino hacia la ciudad castellonense de Segorbe para ser canjeados por otros prisioneros en manos del ejército isabelino.

Finalmente, el día 26 de marzo los supervivientes, apenas una sexta parte de los soldados y oficiales apresados 7 meses antes en la batalla de Herrera, fueron canjeados por otros prisioneros carlistas.



Detalle de un grabado de Miranda que representa el traslado de prisioneros isabelinos.
"Historia de la guerra última en Aragón y Cataluña" (Cabello et alii,1845)


Día 26 (de marzo)… Un gentío numeroso que de Segorbe y pueblos inmediatos salían a vernos obstruían el paso, y todo el mundo compadecía a los prisioneros de Herrera. Verificado el canje no nos hallábamos de puro gozo; todos nos abrazaban y todos se amotinaban a saber nuestras desgracias estremeciéndose horrorizados.

Finalizaba así, con un recibimiento apoteósico y entre abrazos y lágrimas, las desdichas de un reducido grupo que había logrado sobrevivir a los horrores de la primera guerra carlista en el Bajo Aragón y el Maestrazgo.


Bibliografía
Cabello, F., Santa Cruz, F. y Temprado, R. 1845: Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, Madrid
Pirala, A. 1868-69: Historia de la Guerra Civil y de los partidos liberal y carlista. Madrid

miércoles, 6 de febrero de 2013

LA ALMAZARA DE JAGANTA (TERUEL): UN MOLINO OLEARIO DEL SIGLO XVII INTACTO

En la pequeña localidad de Jaganta (Teruel) se puede visitar una antigua almazara del siglo XVII, excepcionalmente conservada, que estuvo en pleno uso, sin haber sufrido apenas reformas, hasta 1942. Esta auténtica reliquia constituye un fiel reflejo de los antiguos molinos olearios mediterráneos cuyas principales características se mantuvieron casi sin cambios durante  cerca de dos milenios.

Panorámica del interior de la almazara de Jaganta (Teruel). Foto P. Lorenzo.

Jaganta y su molino de aceite
La aldea de Jaganta, que en la actualidad apenas supera los 30 habitantes, pertenece al municipio de Las Parras de Castellote (Teruel) y se sitúa a pocos kilómetros de la presa del actual pantano de Santolea de Castellote, sobre el río Guadalope. Jaganta tenía 283 habitantes en 1900.
En la entrada a la población, y junto a una pequeña fuente, se ubica el antiguo molino aceitero dentro de un edificio sencillo de planta rectangular que tiene muros de tapial, cubierta de tejas a un agua y dos puertas de acceso, una de ellas acondicionada para la entrada de carros.

La almazara de Jaganta con la fuente y balsa junto a una de las entradas


Vista de la otra fachada de la almazara de Jaganta con la puerta para carruajes .

Del  edificio destaca y sobresale en altura, en uno de sus extremos, una pequeña torre maciza de piedra, o torrejón, que servía de punto de apoyo y contrapeso de la enorme prensa de viga instalada en su interior.


La almazara de Jaganta con el macizo contrapeso o torrejón en primer término.

La construcción de este molino se sitúa en el siglo XVII si bien no conocemos documentos o datos seguros que lo confirmen http://www.fqll.es/catalogo_detalle.php?id=172


Grabado del siglo XVII en el que se reflejan los distintos trabjos realizados para la obtención de aceite de oliva.

Probablemente el edificio fue construido posteriormente a la colocación de la prensa de viga (también llamada de libra o quintal según las zonas) ya que las grandes dimensiones de sus distintos elementos no parecen permitir su introducción y colocación dentro del mismo una vez construido.

Funcionamiento y partes del molino aceitero tradicional
En los antiguos molinos olearios se desarrollaban dos tareas principales: la molturación de la oliva y el prensado de la pasta obtenida.  Además, para completar el proceso de elaboración del aceite, era necesaria la presencia de un horno para calentar agua, que se utilizaba para escaldar la pasta molida de la oliva (o sansa) en la fase de prensado, así como varios depósitos o pilas para la decantación y separación del aceite de los residuos (alpechín u oliassa) (Bayod 2000 y 2009).


Aspecto del horno para calentar agua en el molino de Jaganta.

El molino
Las olivas se molían empleando una gran muela de piedra (o rollo) de forma cilíndrica conectada a un eje vertical de madera que era accionado por una caballería dando lugar a un movimiento de rotación continuo sobre una solera o plataforma de piedra elevada unos 40 cms del suelo.  Junto a la muela se encontraba una tolva de madera en la que se introducían poco a poco las olivas que iban a ser molidas. En el perímetro de la plataforma, o muela yacente, se habilitaba un depósito o canal circular en el que se iba almacenando la pasta molida que se retiraba manualmente.


Aspecto del molino empleado en Jaganta para moler la oliva. A la izquierda, de madera, la tolva y a la derecha la collera de tiro para sujetar la caballería que accionaba el mecanismo. 

La prensa
Para el prensado de la pasta molida se empleaba antiguamente una gran prensa de viga o libra. En  el caso de Jaganta la viga está formada por 6 gruesos maderos de sección rectangular de unos 13 metros de longitud, superpuestos en dos en dos y unidos por gruesas abrazaderas de hierro para formar una sola pieza.


Dibujo de una prensa de viga con la denominación castellana de sus distintos componentes


Detalle de la superposición y sujeción de troncos de pino utilizados para conformar la viga de Jaganta.

Uno de los extremos de la viga se encajaba en el interior de la capilla formada por dos grandes bloques o pilares rectangulares de piedra (de más de tres metros de altura) denominados piernas, contrapiernas o vírgenes que tenían sendas aberturas laterales para introducir pequeños maderos (llamados trabones o espadillas) para calzar la viga en las distintas fases de prensado. Sobre estos pilares de piedra se construía una pequeña torre maciza de piedra, denominada torrejón, que actuaba como punto de apoyo de la viga al ejercer la presión como palanca.


Vista de tres capillas, para otras tantas prensas, en el gran molino aceitero de Albalate del Arzobispo (Teruel)

En el otro extremo de la viga se colocaba la libra (también llamada en Castilla quintal) que consistía en un gran bloque de piedra tallado de forma cilíndrica que podía pesar, como en el caso de Jaganta, cerca de 3.000 Kg.


Aspecto de la libra, o contrapeso de piedra, conectada al husillo o caracola, en el extremo de la viga. 

Este pesado contrapeso se sujetaba a un gran tornillo (husillo o caracola), tallado en madera de encina o carrasca, de más de 4 metros de longitud dispuesto verticalmente que se encajaba a rosca en una tuerca (o trucha), también de madera, colocada en el extremo de la viga.


Detalle del husillo o caracola y su inserción en la tuerca o trucha.

Mediante este tornillo, que se accionaba a mano por cuatro mozos empujando los palos (o barras) que lo cruzaban, se podía subir y bajar la viga y poner en funcionamiento el movimiento de palanca de la enorme prensa.


Detalle de las barras que empujaban 4 trabajadores para subir y bajar la libra o quintal

En la zona central de la viga se situaban las guiaderas, que consistían en dos pilares de madera situados uno a cada lado de la misma para evitar su desplazamiento lateral y al mismo tiempo para encajar transversalmente entre ellos un pequeño madero (o lavija) que servía de apoyo para la viga en posición de reposo.


Aspecto de las guiaderas en la zona central de la viga de Jaganta
 
Detalle de las lavijas utilizadas para apoyar la prensa en posición de reposo

El conjunto se completaba con el pie o cargo, situado bajo la viga y cerca de la capilla, en el que se apilaban los capachos de esparto alternando con capas de pasta de oliva para su prensado. El pie se colocaba sobre una pieza o solera circular de piedra, denominada paradora, que tenía un pequeño canal perimetral que desembocaba en una pila de piedra para recoger el aceite prensado junto con el agua caliente utilizada en el proceso. El aceite, que afloraba en superficie por su menor densidad, era recogido en cazos y depositado en las pilas de decantación para su reposo y purificación definitiva.



Detalle del pie o cargo, donde se prensaba la pasta de oliva molida entre capachos de esparto.


El sistema de prensado
El procedimiento de prensado de esta gran viga se basaba en un sistema de palanca de segundo género, en el que la resistencia a vencer (el pie o cargo a prensar) se encontraba entre la potencia o presión ejercida por el extremo de la viga, a la que se añadía el peso de la libra, y el punto de apoyo en el extremo contrario encajado en la capilla y bajo el torrejón que ejercía de contrapeso.


Fases de funcionamiento de una prensa de viga o libra.

El funcionamiento de la prensa se regulaba mediante la acción rotatoria del husillo, que subía o bajaba el gran contrapeso de piedra colocado en uno de sus extremos, combinado con la introducción o retirada de los trabones o lavijas tanto en la capilla como en las guiaderas. De esta forma se podía accionar el mecanismo de palanca que presionaba el pie o cargo donde se introducía la pasta de oliva previamente molida (Bayod, 2000 y 2009).


Dibujo que representa el sistema de prensado de viga en época romana


La producción de aceite y el trabajo en el molino
Tras el primer prensado de la pasta el proceso se repetía de nuevo con el residuo obtenido (llamado orujo o sansa) constituyendo la fase de repaso para extraer un aceite de peor calidad. Muchos molinos bajoaragoneses de la época tenían varias prensas principales y otras de repaso para este cometido (Asso, 1798, 99). El residuo solido final obtenido, llamado cospillo, estaba formado por los restos del hueso y de la piel de la oliva y se aprovechaba sobre todo como combustible para alimentar el horno del propio molino.  Por otra parte, los alpechines, obtenidos de los residuos de la decantación del aceite mezclado con agua en pequeñas balsas se solía utilizarse para la fabricación de jabón.


Dibujo que representa con detalle las condiciones de trabajo en el interior de un molino oleario tradicional

El trabajo en el molino se prolongaba durante día y noche durante varios meses al año, (hasta ocho o nueve, según menciona Asso 1789,103) en un ambiente cerrado, oscuro, cálido y húmedo como consecuencia del funcionamiento permanente del horno utilizado para calentar el agua de escaldar la pasta de oliva. La escasa ventilación del molino unida al intenso aroma de la pasta de oliva, de la combustión de la sansa o cospillo en el horno, del olor fétido de los alpechines, de las lámparas o candiles de aceite, de la fermentación de las olivas largo tiempo almacenadas y del sudor de hombres y caballerías provocarían, sin duda, un intenso olor en un ambiente tórrido que se mantendría durante meses.

Ilustración que representa los trabajos realizados en un molino aceitero romano. Museo de Florencia.

Detalle de un dibujo de un molino aceitero medieval con prensa de viga y libra

 
Bibliografía:
Bayod, A. 2000: “La expansión de los molinos olearios bajoaragoneses durante el siglo XVI”, en La Codoñera en su historia, vol. 2, Zaragoza, 255-319.
Bayod, A. 2009: “La expansión de los molinos olearios bajoaragoneses durante los siglos XVI al XVIII, separata de Temas de antropología aragonesa, núm. 15, Instituto Aragonés de Antropología, Huesca, 71 -144.


martes, 29 de enero de 2013

EL CONVENTO DEL DESIERTO DE CALANDA: UN EXTRAORDINARIO MONUMENTO CON UN FUTURO INCIERTO

A unos ocho kilómetros al SE de la villa de Calanda (Teruel), en un solitario y escabroso paraje,  se encuentran las enormes ruinas de un antiguo Convento de Carmelitas Descalzos de finales del siglo XVII que fue abandonado definitivamente en 1835. El convento, llamado “del Desierto” por su emplazamiento en una zona tradicionalmente deshabitada, constituye una de las construcciones conventuales más importantes del Bajo Aragón y, precisamente por su carácter aislado y difícil acceso, la que mejor conserva todavía su estructuración original.


Aspecto actual de la imponente fachada de la iglesia del Convento del Desierto de Calanda (Teruel)
 
El Desierto de Calanda

Desde al menos el siglo XVII se conoce como “Desierto de Calanda” una gran extensión de terreno agreste y mal comunicado que se sitúa entre las localidades bajoaragonesas de Calanda, Torrevelilla y La Ginebrosa. Este lugar recóndito y aislado fue elegido por la orden de los Carmelitas Descalzos de la provincia de Santa Teresa (que incluía los reinos de Aragón y Valencia) para fundar en 1680 un gran convento en el que los frailes carmelitanos pudieran gozar de un ambiente de paz y retiro espiritual.


Vista aérea del entorno del Convento del Desierto, en el centro de la imagen.

Detalle de la imagen anterior con las ruinas del Convento junto a las antiguas huertas.


La propia Orden de los Carmelitas Descalzos fundó otro convento en esa misma época en el denominado “Desierto de Las Palmas”, en la comarca de la Plana Alta de Castellón, en una zona montañosa y de rica vegetación que ha sido declarada recientemente Parque natural. En ambos casos, la denominación de “desierto” está relacionada con despoblación o desertización humana y no con ausencia de vegetación pues estas zonas agrestes y solitarias, elegidas como lugares de retiro y oración por los carmelitas, poseen desde antiguo una gran riqueza y diversidad natural (Benavente 1985, 70).


Vista del conjunto conventual con las huertas en primer término

En relación con el desierto bajoaragonés el historiador Ignacio de Asso escribió en 1798:
Desde las riberas del Guadalope, y cercanías de Alcañiz y Calanda se va elevando el terreno hacia levante en cerros medianos de peña caliza, con vetas de vistosos mármoles; entre los quales sobresalen el de Tolocha, y los que circundan el desierto de Calanda, que es uno de los sitios más frondosos del Reino por la abundancia de Jazmines arbóreos, Viburnos, Peonías, Nepetas, “Smilax aspera”, “Dictamnus albus”, “Ononis rotundifolia” de flor gentil, y otras plantas curiosas que lo visten”.
(Asso 1798, 95).



Vista general del convento desde el Este.

Lamentablemente, en la década de los 90 del pasado siglo toda este sector sufrió un pavoroso incendio en el que ardieron cientos de hectáreas del denso pinar que lo cubría. El aspecto actual de monte raso con predominio de arbustos obedece a ese reciente incendio. No obstante, está teniendo lugar un proceso de regeneración natural del antiguo bosque  y, posiblemente, en unas décadas toda esta gran extensión de terreno volverá a alcanzar su aspecto anterior.



Detalle de la portada de la Iglesia del convento



El Convento del Desierto y su aciaga historia

La fundación del Convento del Desierto de Calanda se remonta a 1680 cuando los religiosos de la Orden de los Carmelitas Descalzos decidieron instalarse, atraídos por la belleza y aislamiento de un apartado y singular paraje, en una antigua torre o casa de campo, llamada Torre Alginés, propiedad de la orden de Calatrava. Tras acordar el pago anual de cierta cantidad de dinero a la Encomienda de Calatrava, cuya sede se encontraba en Alcañiz, los carmelitas tomaron posesión del lugar, previa autorización del Rey Carlos II, en 1682. Las obras del convento, dedicado a San Elías, se prolongarían hasta 1701. Sin embargo, tan solo cuatro años después, en 1705, como consecuencia del la Guerra de Sucesión, en la que Calanda y el propio convento tomaron partido por el archiduque Carlos de  Austria,  el lugar fue asaltado e incendiado por un grupo de unos 200 hombres partidarios de Felipe V de Borbón. Tras comenzar la restauración del convento, en 1708, las obras y reformas continuarían hasta finalizar la construcción de su gran iglesia en 1728 (Thomson 2005, 157).


Aspecto del interior de la iglesia del convento con la cubierta desplomada




Se conserva, extrañamente, la cúpula de la iglesia, casi suspendida en el aire.


La paz y el silencio reinaron en ese paraje idílico y solitario durante menos de un siglo pues en 1808, con motivo de la Guerra de la Independencia, los franceses asaltaron y saquearon el edificio destruyendo, entre otros, la magnífica biblioteca que habían atesorado los frailes carmelitas y que había servido de fuente de educación y formación para los jóvenes de las familias más adineradas de la zona. Apenas 20 años después tuvo lugar, entre 1835 y 1837, la exclaustración general de los conventos con la expropiación forzosa y subasta pública de bienes y tierras que se consideraban en propiedad de “manos muertas”. Entre los cientos de edificios religiosos y conventos desamortizados en España se encontraba el de Calanda que fue abandonado por los religiosos y poco después incendiado y destruido parcialmente. Algunos retablos de la iglesia y sus campanas fueron trasladados a la iglesia del Pilar de la vecina villa de Calanda si bien ninguna de estas obras ha llegado a nuestros días. Poco después, en 1842, el convento y la finca circundante pasaron a manos privadas (Thomson 2005, 158).



Vista general del convento desde la fuente de Sta. Quiteria



Descripción del convento

El proyecto de este complejo conventual incluía una gran iglesia de tres naves y cúpula sobre la capilla mayor (con criptas para el entierro de frailes), hospedería, celdas para religiosos, claustro, refectorio y librería, así como otras dependencias indispensables para la vida diaria: cocinas y despensas, fuentes, aljibes y balsas para riego, graneros, bodegas, trujales, carpintería, horno, pozo de nieve, huertos, etc. cuya estructuración se conserva todavía prácticamente intacta. La monumentalidad y regularidad de las construcciones de este convento dieron lugar a que fuera conocido en el siglo XVIII como el “Escorial aragonés” (Vidiella 1895, 240).


En primer término la boca de entrada del pozo de nieve, perfectamente conservado. Al fondo, el convento.

Recientemente, se han descubierto en el Archivo Histórico de Protocolos de Alcañiz dos pergaminos (reutilizados como cubiertas de otros documentos) que formaban parte del proyecto de construcción de este gran convento. En uno de ellos se representa la planta del convento con el detalle de sus habitaciones y dependencias y en otro una sección de la iglesia y edificio anejo con una amplia explicación  http://www.fqll.es/catalogo_detalle.php?id=149


Plano de la planta del Convento del Desierto conservado en el Archivo de Alcañiz


Sección de la Iglesia del Convento del Desierto de Calanda. Archivo de Alcañiz..

En 1846, a los pocos años de su abandono, el convento del Desierto de Calanda se describía en el famoso Diccionario Geográfico e Histórico de Pascual Madoz, del siguiente modo:
Distante a 1 ½ legua hacia el E., entre montes escabrosos (se encuentra) un convento de Carmelitas Descalzos, llamado comúnmente el Desierto, situado en la falda de la Sierra de La Ginebrosa, entre los ríos Guadalope y Mezquín; ocupa un sitio muy ameno y pintoresco, es un edificio que forma un perfecto cuadrado, grande y suntuoso, todo de piedra de cantería, a cuyo lado septentrional hay una plaza de 26 varas cuadradas; su iglesia, de una sola nave o crucero, tenía 8 altares, de los cuales se han trasladado 3 a la villa (Calanda) y se halla cerrada desde la extinción de los conventos, cerca de éste hay algunos corrales para ganados y caballerías y un huerto poblado de árboles frutales, y regado por las aguas de la fuente de Sta. Quiteria, que brota en las inmediaciones del mismo, el cual está en un barranco que forman las aguas de otras dos fuentes nacientes a ¼ de hora de distancia, y, que unidas, fertilizan y se consumen en un trozo de 3 ó 4 cahizadas de tierra, que eran propiedad del expresado convento”
(Madoz 1846, 250).


Aspecto actual de la fuente de Sta. Quiteria casi oculta por la vegetación.


Aspecto del refectorio del convento, todavía prácticamente intacto

Según menciona S. Vidiella, el Convento del Desierto de Calanda llegó a tener:
24 monjes sacerdotes, 18 coristas, 9 legos, 5 donados, 2 escolanes, 2 pastores, 5 criados de labor y 1 guarda.
(Vidiella 1890, 241).



Otra imagen de la iglesia del convento dedicada a San Elías


Una actualidad confusa y un futuro incierto

El convento del Desierto de Calanda, declarado como Bien Catalogado del Patrimonio Cultural Aragonés desde 2003, está siendo últimamente noticia por diversos aspectos que poco tienen que ver con su auténtico e indudable valor patrimonial. El estado ruinoso de la enorme construcción y el solitario y áspero paraje en el que se emplaza parecen animar a muchos de los visitantes que llegan hasta este recóndito lugar a dejar su huella sobre el edificio mediante todo tipo de grafiti. El aspecto actual de la parte inferior de la fachada principal de la iglesia es, por este motivo, lamentable.


Aspecto actual de la fachada de la Iglesia del convento totalmente cubierta de grafiti.

Al mismo tiempo, el edificio está comenzando a ser considerado como un lugar misterioso muy apropiado para todo tipo de fenómenos paranormales como apariciones de espíritus, demonios, brujas, calaveras y ovnis, psicofonías, percepciones extrasensoriales, etc. lo que, posiblemente, no va a favorecer la conservación de los inmuebles y su entorno.


Aspecto reciente del púlpito del refectorio del convento.

Pero quizás lo peor es que ya han sido varios los intentos por parte de sus propietarios de poner a la venta el enorme conjunto sin que ninguna administración haya respondido decididamente para hacerse cargo del edificio o, al menos, para asegurar su conservación. De hecho, desde la propia inmobiliaria encargada de la venta del convento se ha argumentado que “sólo la piedra de sillería vale muchísimo dinero” lo que manifiesta claramente el nulo interés por su protección al tiempo que se sugiere su utilización como simple cantera http://www.diariodeteruel.es/hemeroteca/29527-una-inmobiliaria-de-alcaniz-pone-otra-vez-a-la-venta-el-convento-del-desierto-de-calanda-que-es-patrimonio-protegido.html.

No es de extrañar, por tanto, que el conjunto se haya incluido en la lista roja del Patrimonio de la Asociación Hispania Nostra http://www.hispanianostra.org/lista-roja/monasterio-del-desierto


El Convento del Desierto aparece, de repente, desde el camino de Torrevelilla.

Confiando  en que no lleguemos a ver semejante desmán, proponemos la visita de este extraordinario e insólito convento que aparece frente al viajero, de repente, como una auténtica alucinación en un recóndito, silencioso y bello paraje bajoaragonés.  Hay que advertir, no obstante, de la necesidad de tomar las imprescindibles medidas de seguridad y precaución debido al progresivo riesgo de desprendimiento y derrumbe de algunas zonas del edificio.



Algunas de las dependencias interiores del convento en proceso de ruina


Cómo llegar

Puede accederse al lugar desde las localidades de Calanda o de Torrevelilla, aunque mejor desde ésta última población tomando una serie de caminos y senderos rurales recientemente señalizados.


Bibliografía

Allanegui, V. 1998:  Apuntes históricos sobre la Historia de Calanda, Calanda / IET. Teruel.
Asso, I. 1798: Historia de la Economía de Aragón, Zaragoza
Benavente, J.A. 1985: “Sobre el Desierto de Calanda y su monasterio. (Corrección a un error de localización geográfica habitual en la cartografía de nuestro siglo)”.  Cuadernos de Estudios Caspolinos, XI, Caspe, 69-76.
García Miralles, M. 1969: Historia de Calanda, Valencia.
Madoz, P. 1845-50: Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, Madrid.
Vidiella, S. 1909: “Calanda y Foz-Calanda”, en Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón. Tortosa, 240-241.