martes, 29 de enero de 2013

EL CONVENTO DEL DESIERTO DE CALANDA: UN EXTRAORDINARIO MONUMENTO CON UN FUTURO INCIERTO

A unos ocho kilómetros al SE de la villa de Calanda (Teruel), en un solitario y escabroso paraje,  se encuentran las enormes ruinas de un antiguo Convento de Carmelitas Descalzos de finales del siglo XVII que fue abandonado definitivamente en 1835. El convento, llamado “del Desierto” por su emplazamiento en una zona tradicionalmente deshabitada, constituye una de las construcciones conventuales más importantes del Bajo Aragón y, precisamente por su carácter aislado y difícil acceso, la que mejor conserva todavía su estructuración original.


Aspecto actual de la imponente fachada de la iglesia del Convento del Desierto de Calanda (Teruel)
 
El Desierto de Calanda

Desde al menos el siglo XVII se conoce como “Desierto de Calanda” una gran extensión de terreno agreste y mal comunicado que se sitúa entre las localidades bajoaragonesas de Calanda, Torrevelilla y La Ginebrosa. Este lugar recóndito y aislado fue elegido por la orden de los Carmelitas Descalzos de la provincia de Santa Teresa (que incluía los reinos de Aragón y Valencia) para fundar en 1680 un gran convento en el que los frailes carmelitanos pudieran gozar de un ambiente de paz y retiro espiritual.


Vista aérea del entorno del Convento del Desierto, en el centro de la imagen.

Detalle de la imagen anterior con las ruinas del Convento junto a las antiguas huertas.


La propia Orden de los Carmelitas Descalzos fundó otro convento en esa misma época en el denominado “Desierto de Las Palmas”, en la comarca de la Plana Alta de Castellón, en una zona montañosa y de rica vegetación que ha sido declarada recientemente Parque natural. En ambos casos, la denominación de “desierto” está relacionada con despoblación o desertización humana y no con ausencia de vegetación pues estas zonas agrestes y solitarias, elegidas como lugares de retiro y oración por los carmelitas, poseen desde antiguo una gran riqueza y diversidad natural (Benavente 1985, 70).


Vista del conjunto conventual con las huertas en primer término

En relación con el desierto bajoaragonés el historiador Ignacio de Asso escribió en 1798:
Desde las riberas del Guadalope, y cercanías de Alcañiz y Calanda se va elevando el terreno hacia levante en cerros medianos de peña caliza, con vetas de vistosos mármoles; entre los quales sobresalen el de Tolocha, y los que circundan el desierto de Calanda, que es uno de los sitios más frondosos del Reino por la abundancia de Jazmines arbóreos, Viburnos, Peonías, Nepetas, “Smilax aspera”, “Dictamnus albus”, “Ononis rotundifolia” de flor gentil, y otras plantas curiosas que lo visten”.
(Asso 1798, 95).



Vista general del convento desde el Este.

Lamentablemente, en la década de los 90 del pasado siglo toda este sector sufrió un pavoroso incendio en el que ardieron cientos de hectáreas del denso pinar que lo cubría. El aspecto actual de monte raso con predominio de arbustos obedece a ese reciente incendio. No obstante, está teniendo lugar un proceso de regeneración natural del antiguo bosque  y, posiblemente, en unas décadas toda esta gran extensión de terreno volverá a alcanzar su aspecto anterior.



Detalle de la portada de la Iglesia del convento



El Convento del Desierto y su aciaga historia

La fundación del Convento del Desierto de Calanda se remonta a 1680 cuando los religiosos de la Orden de los Carmelitas Descalzos decidieron instalarse, atraídos por la belleza y aislamiento de un apartado y singular paraje, en una antigua torre o casa de campo, llamada Torre Alginés, propiedad de la orden de Calatrava. Tras acordar el pago anual de cierta cantidad de dinero a la Encomienda de Calatrava, cuya sede se encontraba en Alcañiz, los carmelitas tomaron posesión del lugar, previa autorización del Rey Carlos II, en 1682. Las obras del convento, dedicado a San Elías, se prolongarían hasta 1701. Sin embargo, tan solo cuatro años después, en 1705, como consecuencia del la Guerra de Sucesión, en la que Calanda y el propio convento tomaron partido por el archiduque Carlos de  Austria,  el lugar fue asaltado e incendiado por un grupo de unos 200 hombres partidarios de Felipe V de Borbón. Tras comenzar la restauración del convento, en 1708, las obras y reformas continuarían hasta finalizar la construcción de su gran iglesia en 1728 (Thomson 2005, 157).


Aspecto del interior de la iglesia del convento con la cubierta desplomada




Se conserva, extrañamente, la cúpula de la iglesia, casi suspendida en el aire.


La paz y el silencio reinaron en ese paraje idílico y solitario durante menos de un siglo pues en 1808, con motivo de la Guerra de la Independencia, los franceses asaltaron y saquearon el edificio destruyendo, entre otros, la magnífica biblioteca que habían atesorado los frailes carmelitas y que había servido de fuente de educación y formación para los jóvenes de las familias más adineradas de la zona. Apenas 20 años después tuvo lugar, entre 1835 y 1837, la exclaustración general de los conventos con la expropiación forzosa y subasta pública de bienes y tierras que se consideraban en propiedad de “manos muertas”. Entre los cientos de edificios religiosos y conventos desamortizados en España se encontraba el de Calanda que fue abandonado por los religiosos y poco después incendiado y destruido parcialmente. Algunos retablos de la iglesia y sus campanas fueron trasladados a la iglesia del Pilar de la vecina villa de Calanda si bien ninguna de estas obras ha llegado a nuestros días. Poco después, en 1842, el convento y la finca circundante pasaron a manos privadas (Thomson 2005, 158).



Vista general del convento desde la fuente de Sta. Quiteria



Descripción del convento

El proyecto de este complejo conventual incluía una gran iglesia de tres naves y cúpula sobre la capilla mayor (con criptas para el entierro de frailes), hospedería, celdas para religiosos, claustro, refectorio y librería, así como otras dependencias indispensables para la vida diaria: cocinas y despensas, fuentes, aljibes y balsas para riego, graneros, bodegas, trujales, carpintería, horno, pozo de nieve, huertos, etc. cuya estructuración se conserva todavía prácticamente intacta. La monumentalidad y regularidad de las construcciones de este convento dieron lugar a que fuera conocido en el siglo XVIII como el “Escorial aragonés” (Vidiella 1895, 240).


En primer término la boca de entrada del pozo de nieve, perfectamente conservado. Al fondo, el convento.

Recientemente, se han descubierto en el Archivo Histórico de Protocolos de Alcañiz dos pergaminos (reutilizados como cubiertas de otros documentos) que formaban parte del proyecto de construcción de este gran convento. En uno de ellos se representa la planta del convento con el detalle de sus habitaciones y dependencias y en otro una sección de la iglesia y edificio anejo con una amplia explicación  http://www.fqll.es/catalogo_detalle.php?id=149


Plano de la planta del Convento del Desierto conservado en el Archivo de Alcañiz


Sección de la Iglesia del Convento del Desierto de Calanda. Archivo de Alcañiz..

En 1846, a los pocos años de su abandono, el convento del Desierto de Calanda se describía en el famoso Diccionario Geográfico e Histórico de Pascual Madoz, del siguiente modo:
Distante a 1 ½ legua hacia el E., entre montes escabrosos (se encuentra) un convento de Carmelitas Descalzos, llamado comúnmente el Desierto, situado en la falda de la Sierra de La Ginebrosa, entre los ríos Guadalope y Mezquín; ocupa un sitio muy ameno y pintoresco, es un edificio que forma un perfecto cuadrado, grande y suntuoso, todo de piedra de cantería, a cuyo lado septentrional hay una plaza de 26 varas cuadradas; su iglesia, de una sola nave o crucero, tenía 8 altares, de los cuales se han trasladado 3 a la villa (Calanda) y se halla cerrada desde la extinción de los conventos, cerca de éste hay algunos corrales para ganados y caballerías y un huerto poblado de árboles frutales, y regado por las aguas de la fuente de Sta. Quiteria, que brota en las inmediaciones del mismo, el cual está en un barranco que forman las aguas de otras dos fuentes nacientes a ¼ de hora de distancia, y, que unidas, fertilizan y se consumen en un trozo de 3 ó 4 cahizadas de tierra, que eran propiedad del expresado convento”
(Madoz 1846, 250).


Aspecto actual de la fuente de Sta. Quiteria casi oculta por la vegetación.


Aspecto del refectorio del convento, todavía prácticamente intacto

Según menciona S. Vidiella, el Convento del Desierto de Calanda llegó a tener:
24 monjes sacerdotes, 18 coristas, 9 legos, 5 donados, 2 escolanes, 2 pastores, 5 criados de labor y 1 guarda.
(Vidiella 1890, 241).



Otra imagen de la iglesia del convento dedicada a San Elías


Una actualidad confusa y un futuro incierto

El convento del Desierto de Calanda, declarado como Bien Catalogado del Patrimonio Cultural Aragonés desde 2003, está siendo últimamente noticia por diversos aspectos que poco tienen que ver con su auténtico e indudable valor patrimonial. El estado ruinoso de la enorme construcción y el solitario y áspero paraje en el que se emplaza parecen animar a muchos de los visitantes que llegan hasta este recóndito lugar a dejar su huella sobre el edificio mediante todo tipo de grafiti. El aspecto actual de la parte inferior de la fachada principal de la iglesia es, por este motivo, lamentable.


Aspecto actual de la fachada de la Iglesia del convento totalmente cubierta de grafiti.

Al mismo tiempo, el edificio está comenzando a ser considerado como un lugar misterioso muy apropiado para todo tipo de fenómenos paranormales como apariciones de espíritus, demonios, brujas, calaveras y ovnis, psicofonías, percepciones extrasensoriales, etc. lo que, posiblemente, no va a favorecer la conservación de los inmuebles y su entorno.


Aspecto reciente del púlpito del refectorio del convento.

Pero quizás lo peor es que ya han sido varios los intentos por parte de sus propietarios de poner a la venta el enorme conjunto sin que ninguna administración haya respondido decididamente para hacerse cargo del edificio o, al menos, para asegurar su conservación. De hecho, desde la propia inmobiliaria encargada de la venta del convento se ha argumentado que “sólo la piedra de sillería vale muchísimo dinero” lo que manifiesta claramente el nulo interés por su protección al tiempo que se sugiere su utilización como simple cantera http://www.diariodeteruel.es/hemeroteca/29527-una-inmobiliaria-de-alcaniz-pone-otra-vez-a-la-venta-el-convento-del-desierto-de-calanda-que-es-patrimonio-protegido.html.

No es de extrañar, por tanto, que el conjunto se haya incluido en la lista roja del Patrimonio de la Asociación Hispania Nostra http://www.hispanianostra.org/lista-roja/monasterio-del-desierto


El Convento del Desierto aparece, de repente, desde el camino de Torrevelilla.

Confiando  en que no lleguemos a ver semejante desmán, proponemos la visita de este extraordinario e insólito convento que aparece frente al viajero, de repente, como una auténtica alucinación en un recóndito, silencioso y bello paraje bajoaragonés.  Hay que advertir, no obstante, de la necesidad de tomar las imprescindibles medidas de seguridad y precaución debido al progresivo riesgo de desprendimiento y derrumbe de algunas zonas del edificio.



Algunas de las dependencias interiores del convento en proceso de ruina


Cómo llegar

Puede accederse al lugar desde las localidades de Calanda o de Torrevelilla, aunque mejor desde ésta última población tomando una serie de caminos y senderos rurales recientemente señalizados.


Bibliografía

Allanegui, V. 1998:  Apuntes históricos sobre la Historia de Calanda, Calanda / IET. Teruel.
Asso, I. 1798: Historia de la Economía de Aragón, Zaragoza
Benavente, J.A. 1985: “Sobre el Desierto de Calanda y su monasterio. (Corrección a un error de localización geográfica habitual en la cartografía de nuestro siglo)”.  Cuadernos de Estudios Caspolinos, XI, Caspe, 69-76.
García Miralles, M. 1969: Historia de Calanda, Valencia.
Madoz, P. 1845-50: Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, Madrid.
Vidiella, S. 1909: “Calanda y Foz-Calanda”, en Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón. Tortosa, 240-241.
 

lunes, 21 de enero de 2013

EL TEMPLO ROMANO DEL CABEZO DE ALCALÁ DE AZAILA Y SU CONJUNTO ESCULTÓRICO

El yacimiento del cabezo de Alcalá de Azaila (Teruel) representa un magnífico ejemplo del proceso de romanización de los pueblos ibéricos. Uno de los edificios que mejor demuestra este proceso de aculturación de la población ibérica es el pequeño templo que, a imitación de los modelos itálicos, contenía en su interior un extraordinario conjunto escultórico de bronce.
 
Reconstrucción teórica del templo romano del cabezo de Alcalá de Azaila. Ilustración F. Riart.


El templo
El templo del Cabezo de Alcalá de Azaila es de pequeño tamaño (apenas 20 m2 de superficie) y se sitúa justo frente a la entrada principal de la acrópolis o zona alta y fortificada de la ciudad.



La calle de acceso principal a la acrópolis de Azaila con aceras y pavimento enlosado y huellas de rodadas de carros tras su excavación. Foto IPHE, Archivo J. Cabré.

Su construcción imita fielmente el modelo mediterráneo de templo in antis (con dos columnas, posiblemente de madera, en su fachada principal).



El templo del Tesoro de Delfos en Grecia, del siglo V a.C., es uno de los primeroos modelos de templo "in antis"

Su interior se distribuía en dos espacios: un vestíbulo, o pronaos, abierto a la calle, y una habitación interior, o cella, en cuyo fondo se construyó un alto pedestal o podio con sillares de arenisca decorados con una moldura. Sobre este pedestal se instaló un grupo de esculturas de bronce del que se han conservado algunos restos. En el interior de la cella, junto al podio, el arqueólogo Juan Cabré encontró un ara o altar de piedra.



El pavimento del templo estaba decorado con un mosaico de opus signinum (con un dibujo de teselas blancas y negras formando rombos y grecas) y las paredes estaban enlucidas y decoradas con pintura mural simulando un aparejo de sillares almohadillados que se ha asociado con el primer estilo pompeyano (Beltrán Lloris 1976, 151) . Es muy probable que este trabajo de decoración pictórica fuera realizado por artesanos venidos desde Italia. Tanto la planta del templo como su decoración son completamente ajenas a la cultura ibérica ya que responden a modelos típicamente romanos.

El templo del Cabezo de Alcalá tras su excavación hacia 1925.
Foto IPHE, Archivo J. Cabré.



Una imagen poco conocida del templodel Cabezo de Alcalá de Azaila con los trabajadores de la excavación.
Foto IPHE, Archivo J. Cabré, 0189. Hacia 1925.
  
Aspecto actual del templo del Cabezo de Alcalá de Azaila


El conjunto escultórico
Cuando Juan Cabré excavó el interior del templo, en la década de los 20 del siglo pasado, fue encontrando de forma dispersa distintos fragmentos de esculturas de bronce de gran calidad: dos cabezas, una masculina y otra femenina, unos pies ubicados en su emplazamiento original, brazos, manos, un ala, fragmentos de vestidos, cascos, cola y arreos de caballo… En lo alto del podio se localizaron las huellas de los apoyos de este conjunto escultórico que estaba fijado con plomo (Cabré 1925, 10).


La sombra del fotógrafo, posiblemente el mismo Juan Cabré, junto al podio del templo de Azaila en el que se conservaban en su emplazamiento original los pies del personaje masculino y la pequeña ara o altar.
Foto IPHE, Archivo J. Cabré, 0072. Hacia 1925.

Los restos encontrados, aunque escasos, parecen ser suficientes para realizar una reconstrucción fiable del conjunto escultórico que tenía un tamaño algo mayor del natural. Los fragmentos recuperados confirman la presencia de un grupo escultórico ecuestre formado por tres figuras: un personaje masculino vestido al modo romano con coraza, toga y un tipo de calzado utilizado por los altos oficiales del ejército romano (el denominado calceus senatorius); una figura femenina alada (posiblemente una representación de Nike o diosa de la Victoria) y un caballo.



Cabeza masculina hallada en el interior del templo. Foto IPHE, Archivo J. Cabré, 0059
 
 
Cabeza femenina hallada en el templo de Azaila después de su restauración.
Foto Museo Arqueológico Nacional

El conjunto debió representar a un conocido personaje (posiblemente un joven caudillo local) que coge las riendas de un caballo mientras es coronado por una diosa femenina. La posición del caballo y del personaje masculino no ofrecen dudas por las huellas o improntas que se conservaron en la parte del superior del podio aunque no ocurre lo mismo con la figura femenina que pudo estar apoyada o sujeta de un modo del que no ha quedado constancia segura.


Algunos de los fragmentos del grupo escultórico de Azaila conservados en el Museo Arqueolológico Nacional.

Todo el conjunto se ha interpretado como la representación heroizada de un destacado personaje local (también relacionable con el heros mítico, fundador de la ciudad o los linajes) del que se evocarían sus triunfos militares siguiendo el modelo romano (Beltrán Lloris 1996, 161). Esta interpretación se ha asociado con una especial forma de clientela militar habitual en las tribus prerromanas llamada devotio o culto al jefe.


Reconstrucción teórica del conjunto escultórico. Ilustración F. Riart



El culto al Jefe entre los iberos
El culto al jefe o devotio se basaba en la relación personal libremente contraída de fidelidad y servicios recíprocos entre una persona y un líder o jefe y solía darse especialmente en situaciones de guerra. De este modo, los guerreros consagraban su vida y se comprometían a luchar hasta la muerte para salvar a su caudillo o incluso a suicidarse para morir junto a él, en el caso de que éste hubiera fallecido en la guerra.


"Muerte de Viriato". Pintura de José Madrazo, 1814.


Los devoti conseguían, a cambio, un mayor estatus social y un compromiso de mantenimiento y protección por parte de su patrono. Este tipo de vínculos sagrados fueron habituales en diversos pueblos galos, germánicos y de la península ibérica y fueron aprovechados posteriormente tanto por los cartagineses como por los romanos en su propio beneficio, al utilizar a íberos y celtíberos (por su incondicional entrega) como guardia personal de sus generales.

Algunos historiadores latinos hicieron mención de estos vínculos sagrados en los antiguos pueblos de Hispania:

“Siendo costumbre entre los hispanos que los que hacían formación aparte con el jefe, perecieran con él si venía a morir, a lo que aquellos bárbaros llaman consagración; al lado de los demás jefes solo se ponían algunos de sus asistentes y amigos, pero a Sertorio le seguían muchos miles de hombres, resueltos a hacer esta especie de consagración.” (Plutarco, Sertorio, 14).


BIBLIOGRAFIA

Beltrán Lloris, M. 1976: Arqueología e historia de las ciudades antiguas del Cabezo de Alcalá de Azaila (Teruel). Monografía Arqueológicas XIX, Zaragoza.
Beltrán Lloris, M. 1998: Los iberos en Aragón. Col. Pano y Ruta, 11. Cai. Zaragoza.
Cabré, J. 1925: Los bronces de Azaila, Archivo Español de Arte y Arqueología, III. Madrid.
Cabré, J. 1940: La acrópolis de Azaila, Teruel. Archivo Español de Arqueología, 14. Madrid.

lunes, 14 de enero de 2013

EL CAÓTICO ENTIERRO DEL DOMINICO ALCAÑIZANO FRAY TOMÁS MAÑES EN 1624

Tomás Mañes, nacido en Alcañiz (Teruel) a mediados del siglo XVI, tomó el hábito de la orden de los Dominicos en Valencia para regresar a su ciudad natal. Según los cronistas de la época, fue un siervo de Dios devoto, humilde y muy caritativo y el pueblo le atribuyó el don de la profecía y la revelación. Su entierro fue una demostración de fanatismo religioso o, según se mire, un auténtico caos.


Aspecto de una de las criptas de la Iglesia de Sto.Domingo de Alcañiz en fase de excavación.


Tomás Mañes: un dechado de virtudes
Según la documentación aportada por cronistas de la Orden de los Dominicos (García Miralles 1958) Tomás Mañes nació a mediados del siglo XVI en Alcañiz  “de padres muy cristianos”. Desde niño fue muy devoto, humilde, caritativo con los pobres y limosnero. Se ordenó como sacerdote en el convento de Predicadores de Valencia donde fue discípulo de San Luis Bertrán, famoso dominico valenciano, maestro de novicios, austero y gran penitente, que mantuvo correspondencia con Santa Teresa de Jesús y evangelizó durante unos años las tierras de Colombia.


Imagen del dominico valenciano San Luis Bertrán, maestro de Tomás Mañes

El alcañizano Fray Tomás Mañes fue considerado en su época un ejemplo y modelo de humildad, modestia, recogimiento, oración y obediencia y tuvo, según la opinión popular, el don de la profecía y de la revelación. Siguiendo a Luis Bertrán, también fue maestro de novicios en Alcañiz, donde regentó la cátedra de Humanidad sacando “muchos y muy buenos latinos”.  Según cuentan los cronistas dominicos el salario que recibía para su gasto lo solía entregar como limosna a los más necesitados. “Y no fueron pocas las veces que desnudó de su ropa, hasta de los calzones y camisas, para darlos a los pobres. Repréndiéndole algunas veces el prelado por ello, le suplicaba humilde le perdonase y lo tuviese a bien, porque no podía ver a los pobres de Cristo desnudos, siendo él también vestido” (García Miralles 1958, 55). Tras una vida dedicada a la formación de nuevos religiosos y a la caridad falleció en el convento de los Dominicos de Alcañiz el día 24 de noviembre de 1624.


Vista general de las capillas laterales de la Iglesia de los dominicos de Alcañiz, antes de su restauración


Aspecto de una cripta o "carnerario" situada frente a una de las capillas de la Iglesia de St. Domingo de Alcañiz


Un accidentado funeral
Tras su muerte, en la misma celda de Tomás Mañes, a la que habían concurrido  “muchas personas devotas, así eclesiásticas y religiosas como seculares de la mayor posición de Alcañiz”  entró el médico que le había atendido pidiendo “por caridad alguna cosilla por reliquia; y no topando otra que una piedra guija en un rincón, con que el siervo de Dios solía hincar clavos en la pared, tomóla y besándola muchas veces, la llevó muy contento” (García Miralles 1958, 57).
Tuvo lugar a continuación el funeral de Fray Tomás Mañes en la Iglesia de Sta Lucía del convento de los Dominicos:
“Bajaron su cuerpo a la iglesia para darle sepultura, y fue tanto el concurso de la gente que a venerarle había venido, que por dos veces casi lo desnudaron repartiéndose los hábitos por reliquias. No le dejaron un cabello del pequeño cerquillo de la cabeza y le quitaron un dedo en un bocado, y fue necesario cerrarlo en la sacristía para vestirlo tercera vez; y despedida mucha de la gente con un piadoso engaño, pudieron darle sepultura en la capilla de San Miguel, dentro de un caja de madera, y sobre esta, clavada, un plancha de plomo en que brevemente estaba escrita una suma de sus virtudes.”


El enigmático "Disparate fúnebre". Aguafuerte de Goya realizado entre 1815 y 1819. Museo del Prado de Madrid.


Pero si el entierro de Tomás Mañes fue accidentado, al cabo de unos años, según los escritos de Fray Gregorio Pascual, sus restos mortales tampoco fueron tratados con la suficiente reverencia:
“(Años) Después, enterrando a otros en el dicho carnerario, los foseros curiosos, sin noticia de los religiosos, desocupan el ataúd, y topando el cuerpo (de Tomas Mañes) todo deshecho (por el puesto más húmedo), sacaron la plancha de plomo, lleváronse muchos huesos del siervo de Dios; y para disimular su mal hecho, pusieron otros huesos y calaveras dentro de la caja, que fue lo peor. Y sintiéronlo mucho los religiosos cuando después lo supieron.” (García Miralles 1958, 57).

Otra de las criptas de la Iglesia de Sto Domingo o Sta. Lucía de Alcañiz


 Un convento con una azarosa historia reciente
El convento de los Dominicos de Alcañiz se mantuvo plenamente activo hasta principios del siglo XIX cuando, a consecuencia de la Guerra de la Independencia y de la llegada del ejército francés en enero de 1809, fue abandonado y brutalmente saqueado y destruido por las tropas invasoras. Aunque algunos religiosos dominicos regresaron al convento en 1814 apenas tuvieron tiempo  de rehabilitar y recuperar el deteriorado edificio ya que poco después, en 1835, tuvo lugar la exclaustración y desamortización eclesiástica promulgada por Mendizábal con el abandono definitivo de la iglesia de Sta. Lucía y su convento. Desde entonces el edificio ha sido utilizado como almudí o alhóndiga (almacén de granos de cereal), cuadra, cochera de mesón, estación de autobuses (Taboada 1898, 172), taller mecánico y, en la actualidad, centro de información turística de Alcañiz.



El claustro del convento de los Dominicos de Alcañiz a principios del siglo XX (hace décadas totalmente desaparecido)


BIBLIOGRAFIA
García Miralles, M. 1958: “Los Dominicos en Alcañiz”. Rev. Teruel, nº 19, Teruel, 31-85.
Taboada, J. 1898:  Mesa Revuelta. Apuntes de Alcañiz.  Alcañiz.

viernes, 4 de enero de 2013

EL MAUSOLEO ROMANO DE FABARA (ZARAGOZA) Y SU SORPRENDENTE CONSERVACIÓN

En las inmediaciones de  la pequeña localidad de Fabara (Zaragoza) se puede admirar uno de los mausoleos romanos, del siglo II d.C., mejor conservados de la península ibérica. El magnífico edificio no sería reconocido como una imponente obra romana hasta finales del siglo XVIII. Las noticias y documentos de esa época proporcionan algunas claves que explican su sorprendente conservación.


Excelente documento gráfico: S. Vidiella, (sentado a la izda), L. Pérez Temprado ( a su lado), M. Pallarés (a la dcha) y un personaje anónimo (en la puerta) en una visita del Grupo del Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón al Mausoleo de Fabara (Zaragoza), realizada en septiembre de 1904.

El “descubrimiento”  y divulgación del mausoleo de Fabara

Las primeras noticias sobre la importancia de este singular edificio y su reconocimiento como “obra de romanos” datan de finales del siglo XVIII.  Conocemos estas noticias gracias a la paciente y poco reconocida labor investigadora de Mosén Evaristo Cólera (Calaceite 1772 - Valdeltormo 1837) que fue párroco de Fabara entre los años 1792 y 1807 y posteriormente de Valdeltormo hasta su fallecimiento. Sobre la vida y obra de este erudito sacerdote es  indispensable el estudio realizado por el calaceitano Santiago Vidiella, “Un rector de Valdeltormo. (Vida y obras del ilustre bajoaragonés D. Evaristo Cólera Soldevilla)” (Vidiella 1926-27) del que tomaremos la mayor parte de la información que ahora presentamos.  

Detalle de la foto anterior: Santiago Vidiella y Lorenzo Pérez Temprado en el Mausoleo de Fabara en 1904

Según los manuscritos de Evaristo Cólera (que servirían de base para el estudio de Vidiella) la primera visita documentada al mausoleo para valorar su importancia tuvo lugar hacia 1780 a cargo del P. Esteban, rector de Las Escuela Pías de Alcañiz, “después de cuya visita se comenzó a estimar en la villa el monumento”. Hacia 1788 ó 90 acudió a Fabara el P. Andrés, de San Juan Bautista, buen conocedor de las antigüedades romanas, quien recomendó su rigurosa conservación. Poco después visitó la obra, a instancias del propio Cólera, el P. Pío Cañizar, cronista de los P. Escolapios de Aragón y en 1804 el P. Jaime Pascual, prior del Monasterio de Bellpuig (Lérida), miembro de la Academia de la Historia, quien llegó a la localidad de Fabara en busca de antigüedades, sobre todo de monedas, para la colección que había organizado en su convento.

El Mausoleo de Fabara a principios del siglo XX. Foto Archivo Mora.

En esos mismos años Cólera redactó varios informes sobre el mausoleo que llegaron a manos de historiadores de la talla de J. F. Masdeu  o del P. franciscano José de La Huerta. Uno de estos informes, inacabado, que pudo consultar Vidiella, tenía como título: “Descripción de un edificio antiguo inmediato a la villa de Fabara. Año 1807. Borradores.” El informe, cuyo paradero actual desconocemos, incluía dibujos, una descripción detallada del mausoleo y referencias a otros edificios antiguos, monedas, inscripciones y cerámicas del término de Fabara (Vidiella 1927, 46).

Otra imagen del mausoleo del Archivo Mora.


Leyendas y supersticiones sobre el edificio

Evaristo Cólera comentaba en un uno de sus escritos sobre el mausoleo romano que los vecinos de Fabara conocían a ese edificio como Casa de los moros y que era habitual para el pueblo la atribución de “obra de moros a toda fábrica antigua de excepcional forma o solidez”. Y más adelante señalaba: “Creía el vulgo que en la casa había una mona (sic) encantada, airada contra cuantos se acercaron al monumento para dañarlo, origen de muchas desgracias para los atrevidos. Algunos hablaban de que una vez se quiso destruir, pero se levantó tan fuerte tempestad, que lo impidió.” Sin embargo, el propio Cólera parece reconocer que “la causa de duración había sido la excepcional solidez de la obra, en la cual no faltaban señales, que él enseñaría, de haberse intentado alguna vez la destrucción, aunque sin resultado.”  

Otra vista del mausoleo a principios del siglo XX. Foto Archivo J. Galiay

Incluso entonces, en los inicios del siglo XIX, a los eruditos que visitaron el mausoleo les llamaba la atención su excelente conservación: “Se habló de lo extraña que resultaba la integridad casi completa de un monumento abandonado en campo abierto, sin guardas ni defensas, como una tentación a los instintos destructivos de las chusmas de tantos siglos… y no se olvidó la vana esperanza en la invención de tesoros, que ha sido en todas partes el más cruel verdugo de las fábricas antiguas”. (Vidiella 1927, 27)


Sección isométrica del Mausoleo de Fabara realizado por Puig i Caldafalch en 1934


Deterioro y recuperación del mausoleo

Según los escritos de Cólera utilizados por Vidiella, el sólido edificio era utilizado como refugio por contrabandistas (que entonces eran frecuentes en la zona), los labradores hacían fuego en sus rincones y se entretenían en desmoronar y mover piedras, incluso lo utilizaban como vertedero de las piedras que estorbaban en los cultivos de las inmediaciones. La propia estabilidad del edificio le preocupaba, tal como señala en una de sus cartas: “Vea V.R. qué idea tan diabólica la de degollar esta columna casi del todo junto a su base. El caso es que, como sobre el capitel se unen dos piedras del cornijón, si la columna cede, estas irían abajo con ella y solo Dios sabe qué destrozo sobrevendría” (Vidiella 1927, 28).


Detalle de la puerta de acceso al mausoleo a princpios del siglo XX. Obsérvese la repación efectuada en la base de la columna de la derecha. Foto Archivo José Galiay.

El deterioro del edificio continuaba adelante, tal como señala Cólera unos años más tarde cuando ya ejercía su labor como párroco en Valdeltormo: “Habiendo pasado por Fabara en 11 de octubre de 1816, fui a ver el monumento antiguo llamado Casa de los moros, y hallé que desde que yo me ausenté de aquel pueblo, que hacía unos ocho años, ya habían arrancado y hecho caer las piedras de la cornisa del remate triangular que estaban sobre el tímpano. Ha quedado sólo éste; y como contiene la inscripción, si la derriban, quedará sin lo más precioso”. (Vidiella 1927, 32)


Alzado de la fachada principal del Mausoleo de Fabara con su inscripción latina


Sin embargo, pocos años después, en 1824, los señores de la villa de Fabara, propietarios entonces del edificio, se hicieron cargo de la reparación de la base de la columna que amenazaba ruina. Comenzaba así un lento proceso de recuperación del magnífico mausoleo cuyo futuro quedaría asegurado con su declaración como Monumento Histórico Artístico Nacional en 1931 y la compra del edificio y del terreno inmediato por parte del Estado en 1942.



Aspecto actual del Mausoleo de Fabara


BIBLIOGRAFIA
Beltrán Lloris, F. 1998: "Las inscripciones del "Mausoleo de Fabara" (Zaragoza)", Caesaraugusta 74, Zaragoza, 253-264
Melguizo, S. 2005: Mausoleo de Fabara, Prames, Zaragoza.
Vidiella, S. 1926-27: “Un rector de Valdeltormo. (Vida y obra del ilustre bajoaragonés D. Evaristo Cólera Soldevilla)”. Rev. Universidad de Zaragoza. Zaragoza